Yo he escuchado las historias de cientos de mujeres, amigas y desconocidas, que narran cómo tienen que luchar con el sistema de salud para que entiendan que no tienen ganas de ser mamás. Ni ahora, ni más tarde, ni nunca.
He pasado tanto tiempo tratando de explicar que no quiero ser madre (porque las mujeres siempre tenemos que justificar detalladamente nuestras decisiones) que me he obligado a suprimir cualquier inquietud o imaginario alrededor de serlo. Como si fantasear con el aspecto de unx hijx mío que no va a existir o con algo parecido fuera echar para atrás mi convicción y darles la razón
La sensación que tuve aquella noche que vi al niño fue similar a eso que siento al pensar en lo que habría pasado si no me hubiera ido del país, si no hubiera terminado con tal o cual pareja, si hubiera elegido otra carrera o si hubiera elegido buscar la felicidad de otra forma, aunque de alguna manera fue una tristeza y curiosidad más intensa; la certeza de que había más en juego para mi vida al pensar en ese contrafáctico. Al final la maternidad es y debería ser una elección, y las elecciones de esa magnitud son o deberían estar regidas por deseos. No sentí que mi deseo de no maternar se viera comprometido ante esa contemplación, por el contrario: sentí que estaba más legitimado una vez tenía todo el espacio, sin juicios ni sentencias de “yo te dije que te iba a pasar”, para imaginar una vida posible distinta a la que elijo.Mi vida como no madre, aún joven, se vio más fortalecida al reconocer la extraña nostalgia de nunca saber cómo lucirá mi descendencia y de perderme esa forma tan peculiar del amor. Me entregué a la extraña tristeza de esa ausencia sin querer anularla de mi mente, como si no existiera, como si no pudiera existir, como si mis deseos no pudieran ser contradictorios y como si tuviera que sacrificar la imaginación a partir de la idiota coherencia, o peor: tener que guardar estas extrañas y fugaces preguntas en la intimidad para que nunca nadie note esta contradicción que me significa la autonomía, el cuerpo y mi propia voluntad. No hago nada. Solo me quedo un rato pensando en el color de pelo de lxs hijxs que no voy a tener, en los nietxs que mi mamá no va a malcriar.La insólita presión porque me posicione de un lado más radical sobre la no maternidad también me ha privado, no de la duda, sino de la nostalgia de pensar en la decisión que no voy a tomar. ¿No tengo derecho a eso?