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Fotos de Dalila Anzueto y Viko Rodríguez
Identidad

Fueron tocados por un relámpago, ahora hablan con la lluvia

Los graniceros o tlaloques son hombres y mujeres que, para sus comunidades, hablan directamente con el dios de la lluvia, quien los visita en sueños.

Gerardo Paez habla quedito. Sus palabras son truenos entre las nubes que rodean el Iztaccíhuatl, un volcán sísmicamente activo en el centro de México. Él es un tlaloque, es decir, un ayudante de Tláloc, el dios de la lluvia y el relámpago para los mexicas. Viste de civil; de gorra sencilla, pantalones de mezclilla. Es un hombre humilde de palabras cargadas: todo lo que pronuncia esconde un hondo significado.

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Dentro de una recámara de su hogar, un altar viste de colores y símbolos variados; entre frutas y velas, entre petates e imágenes. Al frente una enorme cruz muestra una mazorca en el lugar del Cristo doloroso. El sincretismo en el municipio de Amecameca, Estado de México, luce en su máximo esplendor, donde la cultura náhuatl original encuentra cualquier punto de escape para mostrarse frente al ropaje de la cultura española cristiana.

Todo aquí es dedicado a Tláloc, a los espíritus del viento y al agua para obtener sus favores y recibir su mensaje. Lo que manda la tradición para ser capaces de interpretar el lenguaje de los espíritus, conocer sus designios. Si el tlaloque es exitoso en su misión ritual, recibirá de vuelta el mensaje y él lo podrá comunicar a tiempo a la comunidad. Si esto sucede, los campesinos podrán adelantarse y lograr hacer los cambios necesarios para que el temporal no sea tan cruel con su milpa. 

Amecameca, un pueblo mexicano en el Estado de México ubicado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, convive a diario con esta deidad volcánica. De esta zona son los graniceros, los tlaloques: hombres y mujeres elegidos por la deidad prehispánica Tláloc: el regente de la lluvia, morador de la montaña. Ellos respetan a la montaña. Ellos hablan con la lluvia. Reciben mensajes del musgo, del bosque, del aire. También reciben mensajes durante el sueño. Y queda en ellos obedecer. 

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Justo el altar donde comenzamos la charla tiene un diseño y una forma que fueron conocidos mientras Gerardo dormía. Al despertar, compartió la visión con los vecinos. Pronto, una de las vecinas le dijo que sabía perfectamente cómo hacer un par de ofrendas, ya que igualmente había obtenido la información durante su sueño. Cada creyente de la comunidad participó con lo que pudo: algunos trajeron ramas de pinos, ramos de flores naranjas, milpas, mole, guayabas, pulque, papeles picados, veladoras, sahumador. Todos los elementos del ritual son necesarios para hacer la conexión con los espíritus. Sin ellas, no hay puente. 

Antes de continuar con la charla, el granicero Gerardo me pregunta si quiero colaborar con una ofrenda para el altar. Lo único que tenía a la mano eran unas cervezas y unos cigarros sin filtro. Le pregunté si era posible ofrendar solo eso. Me dijo que sí, que ello lo acepta si lo hago de corazón. Sin dudar, lo ofrendo a lo que sea que sea el gran espíritu de la montaña. Al final, estaba frente a los elegidos. 

Tierra de elegidos 

Ser elegido en la legión de los tlaloques, un puesto sumamente respetado entre la comunidad, requiere de cumplir una serie de rigurosos requisitos. Una convicción de acero. Ser comunitario, ayudar al prójimo. Conocimiento profundo de la historia y cultura, de la tierra y las nubes. Y también sobrevivir el golpe de un relámpago; acto definitivo del designio de Tláloc, del fichaje irrevocable. 

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En su cosmovisión, la lluvia vive y elige al también llamado tiempero. Todo temporal viene de otro mundo y éste está lleno de espíritus: la lluvia, el relámpago, el granizo. “Fue un día, justo a las 4 PM. Yo estaba trabajando la tierra cuando de pronto vi una luz, vi su filo. Sentí la fuerza del relámpago. Me empujó unos 5 metros. Me chicoteó”, me describe Gerardo aquel día en que fue elegido por el dios de la lluvia. “Tardé en reaccionar. Sólo sentía un ardor en mi brazo. Me desnudé inmediatamente. Me llevaron con la mayora del pueblo. Ella me curó. También le conté de los sueños que tenía. Ella me escuchó y me dijo: «De aquí en adelante eres el custodio del Sacramonte; eres el elegido». Desde entonces sueño, desde entonces me encargo de las ofrendas al cerro sagrado del Sacromonte”, dice al referirse a un cerro sagrado justo frente a Amecameca. 

Actualmente existen siete graniceros repartidos entre Amecameca y otras comunidades aledañas en la zona de volcanes, forma en que se le conoce a los pueblos en las faldas de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Cada uno de ellos es custodio de su montaña, la cual es elegida por el propio Tláloc y manifestada la orden normalmente a través de sueños. Una vez que conocen su misión, deben subir y ofrendar en los tiempos indicados. 

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Fotos de Dalila Anzueto y Viko Rodríguez

Una de las ofrendas más importantes sucede durante el mes de mayo, cuando suben a su respectivo cerro y montan los altares para pedir las lluvias necesarias para un año de bonanza agrícola. Montan los altares repletos de ofrendas: mole, arroz, frijol, dulce de ciruela, manzanas, pulque, tabaco. Sólo después de montar este altar bajo una rigurosa reglamentación, donde los símbolos deben colocarse correctamente, se podrá calmar la furia de los dioses de la montaña y obtener el agua a favor de la comunidad. 

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“El culto al agua y a la montaña es fundamental en estas culturas; los rituales se ejecutan en una parte elevada de la montaña. Del Tlalocan, del inframundo, emergen las fuerzas meteorológicas animadas como la lluvia, el trueno, el relámpago, el arcoíris”, me comenta el Dr. Mauricio Ramsés Hernández, doctor en Historia y Etnohistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. “Es fundamental el culto al agua a la montaña por la sencilla razón de que es el proveedor de alimentos”, concluye el antropólogo. 

Cambios en el cielo 

La gran mayoría de las personas en Amecameca aún mantiene un fuerte vínculo con la tierra. Muchos siembran maíz criollo; de él se alimentan, gracias a él se curan. Y así como notan a una planta cambiar su forma al germinar, al sacar sus primeras hojas y crecer su tallo, así mismo notan los cambios en los temporales. 

“Las sequías se están alargando. Antes eran de 6 meses, ahora son de 7. El clima está cambiando, las lluvias cambian y nosotros lo observamos en nuestra milpa”, me comenta Jaime Ariza, un agricultor tradicional de Amecameca. 

Dentro de su almacén seca las mazorcas para custodiar la semilla de maíz criollo que usará para la siguiente temporada. Alejado de los maíces transgénicos de los que desconfía, de los que dice nomás enferman. “Mira este maíz rojo, tiene espíritu; da vida, sana, la sangre es vitalidad”, me dice mientras sostiene una mazorca de un intenso rojo carmín en la mano. “Ahora mira esta mazorca, mira cómo le faltan granos, no es normal.”

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Fotos de Dalila Anzueto y Viko Rodríguez

Don Jaime ha notado los cambios en la temperatura en los últimos años. La falta de agua. No solamente porque ahora debe sembrar su milpa meses después de lo que anteriormente lo hacía, lo cual significa que la planta deberá enfrentar nuevos retos como plagas y la entrada del frío, elementos que antes no eran un problema cuando el ciclo era normal, conocido. “También llegaron las urracas con el calor. Antes no volaban por estos rumbos. Por eso sabemos que el clima está cambiando”, me comenta con una nueva preocupación para evitar que estas vivarachas aves no devoren todos los brotes de su milpa. Él también es tiempero, granicero, un tlaloque a la orden de Tláloc. 

“El temporal no es seguro. El cielo se altera. El calentamiento es un proceso de limpieza, de lo que no funciona. La tierra se renovará. La pregunta es si seremos parte de ese ecosistema”, agrega Gerardo mientras tomamos unos pulques con el Iztaccíhuatl de fondo. Coincidencia o no, al momento de que Dalila decide tomarle una fotografía, detrás, la montaña y su falda de nubes parecen cuidarle. 

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Fotos de Dalila Anzueto y Viko Rodríguez

Adiós, Ayoloco; adiós, agua 

La última noticia a nivel internacional sobre esta comunidad volcánica provino de una fuente pérdida: el glaciar Ayoloco. Con el derretimiento oficial del témpano, al Iztaccíhuatl le restan tres más dentro de un cráter y otro más alejado en el volcán Pico de Orizaba. Su futuro es lamentablemente claro: desaparecerán en poco tiempo. Los tres que aún existen -Pecho, Panza y Sudoriental- perderán la condición de altitud que los preserva; una línea de equilibrio inmersa en una dinámica de acumulación y pérdida natural que cambiará de nivel debido a los cambios climáticos. Es decir, donde existen, aumentará la temperatura y, por ley física, terminarán por derretirse.

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“Estamos en la parte más cálida de esta glaciación. Están cambiando los patrones de precipitación y aridez. Pero con la actividad humana, el exceso de gases de efecto invernadero suman al proceso del cambio climático global”, explica el investigador titular del Departamento de Vulcanología del Instituto de Geofísica de la UNAM. 

Cada uno de los graniceros podría decir lo mismo que el vulcanólogo experto, pero su forma de entenderlo es mediante la observación profunda. En el cambio en el ritual de apareamiento de las luciérnagas, en el color del musgo y el crujir de los árboles. Según comenta el antropólogo Ramsés Hernández, para los graniceros de Amecameca no existe una separación del paisaje: ellos también son paisaje ecológico. Y la forma que ellos utilizan para comunicarse con la naturaleza es mediante el ritual. “El ritual es el saber ancestral que busca regular la vida del hombre en sociedad con la naturaleza… bajo una lógica campesina de reciprocidad en relación con el cosmos, la naturaleza, los difuntos y los santos”, se lee en el libro Nahualac: Relato sobre ofrendas contadas en el Iztaccíhuatl, donde es coautor junto a la investigadora Margarita Loera Chávez. 

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Fotos de Dalila Anzueto y Viko Rodríguez

Por eso mismo, Gerardo y sus compañeros suben a la montaña cada que sienten el llamado. Sobre las nuevas generaciones, lamenta mucho que los jóvenes ignoren estas tradiciones. “Esperan a un mago que aparezca un conejo de la gorra. Creen en muchas fantasías cuando la verdadera magia es estar en sincronía con la naturaleza”, dice con la misma tranquilidad de siempre. El estar en contacto con la naturaleza es el primer paso para recibir sus mensajes. Por esta razón, esa misma noche nos guía dentro del cerro del Sacromonte, donde es granicero custodio. 

A cada paso, la oscuridad se sentía rodeándonos mientras las nubes, cargadas de agua, parecían observarnos a la distancia. En este punto, bajo una ligera llovizna, lo único que deseaba era que no me cayera un relámpago de Tláloc para sumarme a su equipo de magos graniceros. Aunque también, debo reconocer, algo dentro de mí hubiese agradecido tal puesto de honor. Entre la oscuridad, una sombra me pide silencio. Era Gerardo. Apenas y pude verlo, pero obedecí enseguida a la orden susurrada. Nos quedamos quietos, en completo silencio, fundiéndonos con la oscuridad de la noche, con el monte, con el todo.

De pronto, aparecieron los relámpagos prometidos. Pequeños chispazos en el aire, fugaces, flotando entre los matorrales, entre las ramas de los árboles. Eran las últimas luciérnagas del verano en el ritual de apareamiento. El silencio era clave para que nuestra presencia no fuera un acto de intromisión en algo tan sagrado como el acto de mantener viva una especie. No hubo más que contemplar la maravilla de la vida inserta en este monte sagrado. La belleza total frente a nosotros, la continuación de la vida. Y de pronto todo fue como el presagio de un gran cambio, el mismísimo cambio del que éramos parte, ahí, insertos en una isla boscosa que sobrevive a la urbanización rampante. No sé si me pegó el rayo, pero todo me pareció un ritual; todo, todos, como un símbolo inequívoco de que debemos proteger esto: desde la pequeña luciérnaga hasta el último de los glaciares. Y es que lo único cierto es que en su futuro está inserto el futuro de la humanidad.