Bicicletas: la manera más ingeniosa de contrabandear migrantes
Ilustraciones por Shaye Anderson

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Bicicletas: la manera más ingeniosa de contrabandear migrantes

Un extracto traducido al español de “The Coyote’s Bicycle,” el nuevo libro del periodista fronterizo Kimball Taylor.

El último libro de Kimball Taylor, The Coyote's Bicycle ("La bicicleta del coyote" en español), cuenta la historia de 7000 bicicletas y el surgimiento de un imperio fronterizo. Este es un extracto del libro.

Traducido por Camilo Salas


Puede parecer injusto implicar a una simple bicicleta en el surgimiento de un intrépido traficante fronterizo, pero esta historia no estaría completa sin ella. Para ser específico, era la bicicleta del lechero, tenía un gran canasto de alambre diseñado para transportar frascos de leche de quince litros. Tenía firmes neumáticos de goma, un abollado guardabarros, marco de doble tubo y un ancho manubrio. Un cucharón colgaba del marco de la bicicleta. Esta probablemente no fue la primera bicicleta en la villa, pero es la única que aun se recuerda. Y aparte del viejo tractor de Don Ricardo, el que -incluso en los buenos tiempos- muchas familias no podían permitirse el lujo de arrendar, la bicicleta era el único vehículo mecánico en muchos kilómetros a la redonda.

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Por más de tres décadas, desde finales de los 70 hasta entrados los 2000, el México rural ha sucumbido frente a una crisis económica tras otra: la devaluación de su moneda, el colapso agrícola, la crisis del tequila, la crisis de la tortilla y el NAFTA. Esta villa de Oaxaca no estaba sola en su pobreza. En esta región las casas son construidas con barro, palos y paja. No hay teléfonos ni electricidad. Comer carne es una satisfacción muy poco común, los niños comen casi exclusivamente fruta, mangos y papayas. Algunas veces van a dormir sin nada en el estómago.

A medida que crecen los pequeños hombres y mujeres tienden a caminar fuera del pueblo por un camino delgado y lleno de baches. Toman un bus hacia una aldea más grande, de ahí toman otro hacia un pueblo o ciudad y eventualmente desaparecen buscando el norte. Esto sucedió con los dos hermanos grandes de Pablo y con sus dos hermanas grandes también. Algunas veces estos envían dinero a sus padres (la única conexión que hay entre ellos en este punto), pero estas remesas llegan con poca frecuencia. El trabajo de repartir leche era una pequeña bendición para Pablo y su familia. Debido a este trabajo él y su amigo Solo, con quien compartía el trabajo, reciben algo más que los pocos pesos ganados. La bicicleta también ofrece intangibles: la sensación de estar balanceados sin poner un pie en el suelo, sin que ninguna parte toque la tierra de alguna manera. La estabilidad está en el movimiento y el movimiento era como un truco de magia. Andar en bicicleta se sentía como estar en libertad, volando.

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Un día como cualquiera en se levantó temprano, juntó leña y entregó leche, Pablo supo que sus hermanos en Estados Unidos habían reunido y enviado una importante cantidad de dinero. Luego de terminar el día en la escuela, de 2 a 7 PM para los hijos de campesinos, y luego de volver a casa por algo de comer, sus padres le informaron como gastarían este dinero. Pablo iba a poder recibir el lujo poco común de ir a una escuela secundaria, la que sería pagada en efectivo. Sus padres utilizarían el resto del dinero para reunirse con sus hijos mayores en California y encontrar un trabajo. Pablo se quedaría con sus abuelos en la choza de paja. Si los padres lograban reunir el suficiente dinero, tal como lo habían hecho sus hermanos, lo mandarían a buscar. En caso contrario volverían a la villa.

Pasaron un par de años. Pablo terminó la secundaria. Trabajó en el terreno de su abuelo y continuó entregando leche junto a su amigo Solo. Los padres de Pablo aun no habían pedido que se fuera y él no sabía si lo iban a hacer. Él no sabía mucho sobre su familia. Antiguamente los trabajadores volvían a las villas para Navidad, pero esos días estaban en el pasado. Incluso las comunicaciones desde el norte eran irregulares.

Un día Pablo subió a la bicicleta del lechero y cruzó la compuerta del terreno familiar. Se deslizó por la puerta, llegó a una parada en el corral y dejó la bicicleta de lado. Los pollos no habían sido sacados de su jaula. El fuego de la mañana ya no ardía. Pablo creyó que su abuelo estaba durmiendo, pero dentro de la choza descubrió que el viejo hombre ya no respiraba.

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Dias después Pablo liquidó la herencia de su abuelo, devolvió la bicicleta del lechero y caminó fuera del pueblo a través del angosto camino lleno de baches.

Esta bicicleta podría haberse vendido por 40 dólares en las calles de Tijuana y es muy probable que haya venido de algún estado fronterizo norteamericano.

No se sabe mucho de la segunda bicicleta. Podemos estar casi seguro que fue una bicicleta de montaña o alguna híbrido de alguna clase basada en un diseño popular. Un gran número de bicicletas similares con nombres como Power X, Titan y Ground Assault fueron encontradas abandonadas tiempo después en el río del valle de Tijuana, en el lado estadounidense de la frontera. Esta bicicleta se puede haber vendido por 40 dólares en las calles de Tijuana y es muy probable que haya venido desde algún estado fronterizo norteamericano. Cruzó la línea en la camioneta de algún recolector, al igual que los viejos colchones, los materiales de construcción y las llantas de auto usadas.

Pablo compró esta bicicleta poco después que comenzara su nueva carrera. Había estado adquiriendo ítems importantes para obtener estatus como un nuevo actor en la jerarquía de los barrios pobres de las tierras fronterizas. Había una vida para él ahí y este pensamiento lo mantenía ocupado.

Otras voces en la industria de Pablo han dicho que tuvo suerte de formas que se pueden nombrar y de formas que no. Por ejemplo, llegó a este trabajo cuando Estados Unidos estaba experimentando una increíble mejora económica, lo que creó una demanda natural para sus habilidades. Y pese que no contaba mucho sobre su vida interior, una expresión clara y su seriedad atraía a los extraños.

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Pero sus recientes logros no habían sido fáciles. Dejó Oaxaca con $308 dólares y 45 centavos, los ahorro de su abuelo durante toda la vida. En el camino escuchó historias sobre los peligros de la frontera, entonces cosió un pequeño bolsillo dentro de su ropa interior para guardar la herencia. Conoció a otros migrantes como él. Un grupo había hecho planes con un coyote y uno de ellos le preguntó si conocía a alguien al otro lado que pudiera pagar por su cruce. No mintió al decir que conocía a alguien, entonces el coyote lo aceptó en el grupo. Él planeaba cruzar por una sección llamada el Nido de Aguilas, por donde podían seguir un dificil camino que los llevaría al lugar de recogida. Momentos después que pusieron pie en Estados Unidos, los migrantes fueron asaltados por un grupo de ladrones.

Este grupo le robó a los migrantes todo lo que fuera visible, dinero, joyas, provisiones y los envió de vuelta, rendidos, a México. El coyote sólo dijo "Ni modo" y tramó un plan para cruzar la noche siguiente. Pablo comenzó a sospechar de este hombre, el que ni siquiera chequeó quién iba a pagar por él. El oaxaqueño no le iba dar a los bandidos otra chance para obtener el dinero escondido. Se salió de la operación y pronto estaba de vuelta en el distrito central de Tijuana. En un día ya estaba en contacto con otro grupo y otro contrabandista de personas, pero cuando llegó el momento de partir, el guía llegó tan borracho que los pollos se rehusaron a ir con él. Tiempo después Pablo conoció a una recluta de suave voz. Ella tenía una impresionante autoconfianza e inteligencia, sus guías parecían confiables y él aceptó cruzar cerca de Otay durante la noche. Nadie esperaba la inmediata aparición de las luces y el sonido de las revoluciones de los motores de la migra, era una cacería de conejos entre la maleza. Pero Pablo no iba a dejar que las autoridades lo tomaran en custodia y abandonó el grupo para correr hasta que estuvo de vuelta en el lado mexicano.

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El joven migrante comenzó a deambular solo, durmiendo dónde cayera la noche: apoyado en un mercado, bajo unas escaleras, dónde fuera. Deambulaba por la línea, todo el camino hasta Playas y poco a poco comenzó a entender lo que sucedía. Aquí es donde conoció a uno de los mas famosos coyotes de la región, un pollero viejo, pero en ese tiempo Pablo ya no quería cruzar. Comenzó a ver que los coyotes compraban migrantes como él a muy buen precio y, debido a propia experiencia, él sabía dónde encontrar estos valiosos clientes. Era como si una oveja se pusiera a mirar alrededor, se diera cuenta quien lleva el palo y se transformara en un ovejero. Pablo se transformó en un recluta de migrantes, en un enganchador.

Se corrió la voz en la estación de bus y entre otros enganchadores que Pablo se había hecho amigo de un importante coyote y dado que algunas veces era difícil para los reclutas independientes el encontrar una operación consistente a quien venderle los pollos, los favores por lo general iban a quienes tenían una conexión estable. Las estrategias para cruzar cambiaban diariamente, por lo que parte del juego era hacer contactos.

Un enganchador llamado Juan Pablo, era de la edad de Pablo y también venía desde el sur. Él escuchó que el nuevo tipo "no era de confiar", pero Juan comprendió que las personas de su parte del país se inclinaban a trabajar en solitario. Juan se aproximó a Pablo de manera casual, la misma que habría utilizado para conocer a un cliente que viniera de esta región.

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"Hola" le dijo, apoyandose contra la pared blanca que estaba al lado de Pablo. Frente a ellos estaban las tiendas de boletos donde los empleados, por lo general jovenes mujeres con brillantes colas de caballo, labios carmesí y cuellos almidonados ofrecían transporte cómodo a cualquier lugar de Latinoamérica. Sus anchas y competitivas sonrisas contrastaban con la expresión de los hombres al otro lado del cuarto, quienes prometían transporte ilícito hacia el norte.

"Buenas" dijo Pablo, "Bonito día ¿No?"

"Si"

"Me he dado cuenta que estos días bonitos son buenos para el trabajo ¿Y tú?"

"Espero"

"Eres un gran recluta, amigo" dijo Juan, "Me puedo dar cuenta. Las personas confían en ti".

"Quizás" dijo Pablo; los elogios eran comunes en la villa. "Me bajé del bus con la misma idea".

"Tu lo has dicho amigo. Yo soy de Michoacán ¿Y tú?"

"De Oaxaca"

"¿Dónde en Oaxaca? Si es que puedo preguntar"

"No importa"

"Supongo que no ¿Cuál es tu nombre?"

"Pablo"

"Pablo" dijo Juan, repitiendo este común nombre bíblico. "He escuchado que otros te llaman de otra forma: El Indio ¿Ese es tu sobrenombre"

"Si, supongo".

Este sobrenombre, "El Indio", casi siempre se le atribuía a las personas que se veían como indigenas de piel oscura. Existe una frase mexicana: No seas indio, muchos creen que significa "No seas crédulo" o "No seas estúpido". Al igual que con una serie de epítetos como este, un poco de risa en el enunciado y podría ser tomado como un insulto. Las divisiones de clase en México algunas veces se mezclan e intercambian con la raza.

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"Siempre consigues a tus pollos, me he dado cuenta de eso" le dijo, "Pero no trabajas tanto como algunos de nosotros".

Por supuesto que el sobrenombre también se podía entender de otras formas: una referencia al noble nativo que utilizó astucia y habilidad para defender a su pueblo o, por ejemplo, el solitario viajero de las planicies. O quizás Pablo no lo tomó como ofensa porque no era un nombre conocido en su villa. Quizás no le importó porque el sobrenombre servía para crear su nueva identidad en la frontera.

"Mi nombre es Juan, como la canción" dijo el nuevo amigo de Pablo, haciendo un pequeño baile. Pablo no respondió, dejando que el gesto se perdiera en los azulejos bajo sus pies. Los reclutas no tomaban el silencio como una respuesta y tampoco era la naturaleza de Juan, "Me he dado cuenta que siempre consigues a tus pollos" él dijo, "Pero no trabajas tanto como algunos de nosotros. ¿O quizás no trabajas acá? ¿Ah? ¿Qué haces con tu tiempo?".

"No se. No podemos ser enganchadores para siempre".

"¿Un reclutador de estación de buses que estudia? Ahora lo he visto todo".

Ilustración: Shaye Anderson

"Yo y el Indio llegamos a ser muy buenos amigos" dijo Juan tiempo después, "y comenzamos a conversar sobre distintas ideas y formas de ganar más dinero. Los dos nos empezamos a preguntar '¿Por qué no cruzamos nosotros a los pollos?'".

La pregunta inicial era cómo. Este negocio es altamente especializado. Cada posición requiere experiencia y cada técnica requiere pericia. El mundo de aquellos que pasan migrantes con escaleras de cuerda está separado de aquellos que utilizan botes o de quienes hacen túneles. El aumento de la seguridad en las ciudades fronterizas hizo que las personas pobres que quieren cruzar se internen en el desierto, donde los guías intentan eludir a las autoridades mientras mantienen a sus clientes con vida. Los coyotes invisibles que pasan clientes a través de los terminales en la línea dan la impresión que viven en un cerro intocable.

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A comienzos de diciembre Juan y el Indio se encontraron nuevamente en la estación de buses. Sería la última vez durante ese año, el negocio estaba por cerrar debido a los días festivos. "Ninguno de nosotros tiene familia en Tijuana" recordó Juan, "Entonces pasamos la navidad juntos".

Los jóvenes pasaron el día de Navidad en un strip club llamado Adelita. Y durante la semana entre Navidad y Año Nuevo, Juan y el Indio dieron vueltas por los bares locales, comiendo y conversando. Cuando la conversación era sobre el negocio, Juan sentía que el Indio siempre se guardaba algo. De todas formas era bueno disfrutar. Durante la niñez ninguno de los dos tuvo una semana en que tuvieran la oportunidad de comer carne todos los días, mucho menos ver los shows de variedades. Y eso no era todo, en Año Nuevo los dos llegaron a un bar llamado La Estrella y algunas de las mujeres que conocieron en Adelita llegaron al lugar, como una tormenta de brillos y risas.

"¿Dónde han estado toda la semana?" preguntó una de ellas, mientras se ponía entre medio de ellos y las demás se acercaban, "Lo pasamos muy bien en Navidad, pensé que volverían".

"Bueno", dijo el Indio, "Ahora parece que pasaremos el Año Nuevo juntos". Los amigos invitaron a las señoritas a comer, pero ellas dijeron que no porque querían invitarlos. Las propinas habían sido muy buenas. El grupo salió de La Estrella y tomó un taxi. En Nueva York hubiesen pasado por un grupo de artistas y actores deleitándose con la gran ciudad, lejos de sus familias. Ellos tenían la misma pasión, eran contrabandistas de personas y prostitutas, gente joven y optimista intentando dejar una marca y con hambre por algo mejor. Luego de comer la fiesta se trasladó hacia Adelita, donde era el turno nocturno de las señoritas. El grupo celebró la llegada del 2006, el que apareció como una lluvia de confeti, luces de colores y música de baile. El Indio levantó una botellas de Bucanas, o Buchanan's scotch, un símbolo de estatus entre los polleros. Su costo era una semana de salario. "¡Feliz Año Nuevo, Juanito!" le dijo a su amigo.

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Juan, sin embargo, no iba a dejar que el momento de celebración se alejara. Cuando la música bajó de intensidad y disminuyeron los abrazos, Juan puso una mano en su hombro, "Amigo ¿Cómo vamos a empezar a trabajar el 2006? Ya es hora que nos transformemos en coyotes, hombre".

"Encontré una manera" dijo el Indio, contento e inusualmente abierto.

"¡Muy bien!" dijo Juan. "¿Haz llevado alguna vez a alguien hacía allá".

"¿Yo? No, nunca" dijo el Indio. Juan sólo lo había asumido. ¿Quizás Juan confundió su carácter calmado como experiencia, quizás confianza? Indio puso el cuello de la botella en el pecho de su cámara, "Pero este es el año amigo".

"¿Y cómo?" le preguntó Juan con un movimiento rápido de su barbilla.

¿Quieres saber mi Juanito?" Encuéntrame en la catedral mañana a las 8 de la tarde".

Decenas, centenas y miles de bicicletas vinieron después.

Aun con un poco de resaca, Juan llegó a las 7:30 de la tarde siguiente a merodear por la plaza bajo la catedral de centro. Se quedó en una esquina cerca de los mercados y las tiendas. Las personas se arremolinaban, disfrutando la primera tarde de invierno. Indio llegó exactamente a las ocho. Se veía en forma y saludable. Los dos compraron un par de tacos en un carro cercano y luego tomaron un colectivo que los llevó al Oeste. Pararon cerca de la Comercial Mexicana en Playas de Tijuana, luego cruzaron al otro lado del Camino Internacional, donde pedazos vacíos del desierto se extendían hasta la barrera fronteriza de hierro. Frente a ellos, en dirección al norte, las profundas y oscuras aguas del río del Valle de Tijuana aparecen como una gran piscina de aguas tranquilas y onduladas por el viento, las que llegan hasta una orilla donde los faroles iluminan las calles de la distante ciudad llamada Imperial Beach. Caminaron hasta la base del cerro Bunker. Indio llevó a Juan hasta una depresión poco profunda de la tierra. Una porción se había erosionado bajo la valla, dejando un hoyo lo suficientemente grande para que un hombre pudiera pasar. Ahí era donde Indio había escondido su bicicleta.

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"Okay, entonces ¿Este es el plan?"

"Por aquí vamos a entrar con las personas" dijo el Indio.

"¿Por este hoyo? ¿Y después qué? Hay un largo trecho hasta el camino". Juan hizo el obvio ademán de mirar al Oeste, donde había una torre de la Patrulla Fronteriza, frente a un farol. Luego miro al Este y señaló una camioneta kilo estacionada en el cerro Búnker. Dentro se podía ver la silueta de un agente de la Patrulla Fronteriza.

"Vamos a cruzar en bicicleta" dijo el Indio.

"¿En serio? Explícate".

"Es mejor mostrarte"

"Okay ¿Y cuándo sucederá esto?"

"Ahora mismo"

"Estás bromeado. Mira, la migra está justo al frente tuyo, hay cámara por allá, hay sensores en la tierra por todos lados".

"Lo se. Si no quieres ir no hay problema, lo haré yo mismo".

"No seas loco"

Portada del libro, cortesía de Tin House Books.

El Indio empujó su bicicleta a través del hoyo y luego pasó él. Juan vio como la levantaba y luego vio como las piernas de Indio salían del hoyo. Luego Juan no pudo ver a su amigo, la solida muralla de hierro bloqueaba la visión. Subió por el cerro Bunker para poder mirar y ahí vio la silueta de un hombre sobre una bicicleta, un fantasma navegando por un pedazo de tierra color azul profundo, justo hacia el camino donde estaba la Patrulla Fronteriza. Vio la figura oscura pasando entre la luz y la sombra, sus neumáticos sólo levantaban un poco de polvo.

Juan se dio vuelta a mirar al agente de la Patrulla Fronteriza que esperaba dentro de la camioneta. Los traficantes locales creían que una luz azul montada sobre la estación de Imperial Beach, desde dónde se veía todo el valle, se encendía cada vez que los sensores de movimiento detectaban algo anormal. Juan esperó la luz, se preguntó si la distancia creaba un tiempo de retraso antes que los sensores accionaran la luz, pero la luz no se encendió. Para entonces el Indio ya se había desvanecido en la noche.

La tercera, cuarta y quinta bicicleta fueron piloteadas por los primeros clientes del Indio y están bicicletas también fueron abandonadas en el valle del río norteamericano, donde los ciclistas se reunían con un chofer que los llevada hacia el norte. Decenas, cientos y miles de bicicletas vinieron después. Los montones de bicicletas llamaban la atención, pero posiblemente debido a la terrible guerra a raíz de las drogas que había sacudido toda la región, o quizás debido a la distracción que suponían los migrantes que intentaban cruzar de cualquier manera posible. La operación de las bicicletas estuvo en tinieblas hasta que el mismo Indio se desvaneció.


The Coyote's Bicycle está disponible en inglés. Extracto publicado por cortesía de Tin House Books.