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Del caviar al low-cost: cómo es hoy el servicio arriba del avión

Antes, la palabra low-cost no formaba parte de la terminología de la aviación. Entrevistamos a tres tripulantes de Aerolíneas Argentinas, de la vieja escuela y de la actualidad, que nos cuentan cómo cambio el servicio a bordo y la vida del tripulante.
Fotos por Ignacio

Artículo publicado por VICE Argentina

En 1987, la realidad y el panorama del mundo aeronáutico era otro. Para emitir un ticket aéreo había que ir a una agencia de viajes o llamar directamente a la aerolínea, donde telefonistas —mujeres, claro— atendían amablemente en varios idiomas. Luego, había que desembolsar una significativa suma de dinero en efectivo por depósito bancario o mediante tarjeta de crédito (que no abundaban). Las valijas debían ser grandes, no sea cosa de no encontrar “esas gotas” en otro país. Y al volar, había que ir con todos los moños, por el estúpido y falaz mito de que “si viajás elegante hay posibilidad de pasar a la primera clase”.

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En ese año Robert Crandall, gerente general de American Airlines, tuvo una brillante idea. El primer paso para llegar al escenario actual. Llegó a la conclusión de que si eliminaban, solamente, una aceituna de la ensalada que daban en primera clase, reducirían costos por 40 mil dólares anuales (90 mil dólares de hoy). Este cambio imperceptible cerraba por todos lados: además de menos aceitunas, menor gasto de combustible (es imperceptible, pero el peso de las aceitunas influye). Recortes de acá y de allá, claro “si nadie se va a dar cuenta”, y así hasta tener que pagar por una bolsa de maní salado.


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Hoy, en tiempos donde se compran pasajes a precios irrisorios con un par de clicks, se viaja solamente con una mochila y la prolijidad no es una prioridad, sólo algunos players buscan seguir manteniendo el glamour de antes. Son pocas esas líneas aéreas y muchas no tienen Argentina como destino final, sino que llegan vía otros destinos más importantes (como el caso de Emirates, que lo hace vía Río de Janeiro). Volar en avión está democratizado y, como en toda democracia, el que quiere algo lo tiene que pagar.

Para conocer el pasado de la industria aerocomercial hablamos con Lucía, azafata de Aerolíneas Argentinas entre 1979 y 1982: “Antes se viajaba bien —siempre—. Pero si ibas en primera, tenías muchísimo lujo. Hoy el lujo se perdió, solo hay más beneficios. Y como hay dos clases —ejecutiva y la perrera (sic)— o viajás bien, o viajás como el culo”.

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Lucía es de la época en que las aerolíneas importantes tenían tres clases en sus vuelos de largo alcance: primera, ejecutiva y turista. Hoy, la primera está discontinuada y lo que la mayoría define como “primera clase” es ejecutiva (business). Y ya no hay demasiado lujo ¿O habrá cambiado su definición? Ratificando lo que dice Lucía, hoy la diferencia entre ejecutiva y turista (por ejemplo en Aerolíneas Argentinas o LATAM) está en seis detalles: posibilidad de despachar más equipaje, acceso a sala VIP, embarque prioritario, asiento reclinable, menú a bordo y cantidad de millas ganadas. Si tenés todo esto, volás como un rico, sino volás como un pobre. Como en el mundo actual, que cada vez tiene menos clase media, o estás de un lado o del otro.

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“En mi época —todas— las clases tenían un detalle, un valor agregado. Y en primera mucho más, el lujo brotaba. Servíamos tablas con todo tipo de quesos: gruyere, gouda, roquefort y camembert. Más los blinis y el caviar, todo regado con Veuve Clicquot. Por supuesto, el caviar que sobraba me lo devoraba a cucharadas. En la atención de primera no se escatimaba.” comenta Lucía sobre el servicio en los gloriosos años 80.


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“El servicio es cada vez menor, pero en todo el mundo pasa eso. Solo lo perciben los pasajeros que vuelan desde siempre, los nuevos ni se sorprenden. Yo entiendo que la aerolínea tiene que moverse como se mueve el mercado. Las que van a seguir con su perfil clásico son pocas (Emirates, Lufthansa, KLM, Turkish, AirFrance) pero todas están moviéndose de esta forma. El servicio no cayó, el servicio varió. No se da mal vino, se sigue dando pero sólo en vuelos largos. El transporte de lujo es inútil cuando hoy nadie paga por eso. La gente quiere viajar barato.” dice “A” un joven tripulante de Aerolíneas Argentinas con cinco años de experiencia.

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“Antes en ejecutiva se daba un servicio diseñado por un chef: un sándwich de queso brie y jamón tipo español, con un postre simple y bebidas, más infusiones. Pero ya no se da más este tipo de servicio.” comenta “A” y trae la noticia de que van a retirar la clase ejecutiva para tener más asientos del tipo turista. Siendo deficitaria desde hace varios años, Aerolíneas cree que volverse low-cost es el camino a mejorar la rentabilidad.

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“Y sí, no damos caviar en ejecutiva. Pero ellos tienen más beneficios, completamente inútiles para algunos, como: embarque prioritario, mayor espacio para las piernas, equipaje extra o acompañamiento hacia el avión. Si bien no es un whisky de 12 años, son beneficios. Intangibles, pero beneficios.” comenta “V”, una jefa de cabina de LATAM con base en Argentina.

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Está claro, los lujos se acabaron. Pero antes, eran pocos los que podían viajar. Hoy, muchas personas pueden pagar un pasaje de avión (que no alcance el dinero para hacerlo es otro tema). Las promociones son interminables, los precios son cada vez más atractivos y la forma de acceder a las ofertas es cada vez mayor. Sin excusas, cualquier persona puede subirse a un avión.

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“La calidad del servicio ha descendido en todas las clases, es cierto. Pero también se empobreció el nivel de los pasajeros que llevamos, sean argentinos o extranjeros. Dejan mucho que desear. No solo se merecen que les bajen el nivel del servicio, se merecen hasta que les saquen el asiento. Son cada vez más maleducados y sucios”, comenta enojada como maestra de escuela “V”. “Les cambian los pañales a sus hijos arriba de la mesa donde luego van a comer, dejan toallas íntimas tiradas en el piso del baño, pegan sus chicles en los folletos de seguridad y hasta se roban la colonia del baño”, dice “V” furiosa. “Una vez, encontré sobre un asiento una manta hecha un bollo que envolvía papeles tissues llenos de fluidos masculinos. Se masturban en el asiento tapados con la manta ¿Creen que no los vemos?” relata sobre un cómodo pasajero onanista.

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“A” trabaja en Aerolíneas Argentinas en vuelos de cabotaje y regionales, y también coincide en que los pasajeros son vulgares y maleducados: “Más allá de las costumbres vulgares al volar, presencié peleas a los puños y tuve muchos borrachos que llevan su propia petaca de alcohol, y no se puede tomar alcohol arriba del avión, sólo si te lo dan. No tiene mucha lógica pero no se puede.”

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Para Lucía los pasajeros siempre fueron pesados “Lo mejor era dar atención en el upper deck. Sólo te ocupabas de un puñado de pasajeros que al estar acostumbrados a viajar no molestaban demasiado. En primer lugar, la mayoría de los que volaban eran empresarios. Después artistas y deportistas. Gente excelente”. Y sigue: “Yo me ocupaba por encantar. Solo usaba zapatos comprados en Florencia, así que cuando llegaba a Roma me tomaba un tren y volvía con dos pares nuevos. Las cremas, me las compraba en Miami, eran de buena calidad y donde menos costaban. Era elegante pero no boluda.”

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“Ser azafato es la muerte” dice “V”. “No está bueno tener que soportar a un grupito de adolescentes idiotas que nos chiflan, nos hacen chistes subidos de tono para terminar propasándose con compañeras, promovidos por los adultos que los acompañaban. Todo se potencia arriba. Todo se magnifica. Lo único bueno es que seguimos manteniendo los beneficios que da este trabajo. Que son muchos. Si me deprimo o me peleo con mi novio, me voy a Miami y se me pasa” concluye “V”, algo que solo ellos, o millonarios excéntricos, podrían realizar

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Sobre lo lindo de volar Lucía recuerda: “Mis destinos eran Miami, Nueva York, Madrid, Roma, París y Los Ángeles. Eran postas entretenidas. Eran muchos días los que nos quedábamos afuera, podíamos hacer cualquier cosa. Por ejemplo, en Nueva York parábamos en el Roosevelt Hotel de la calle 45. Durante el día me cansaba recorriendo todo tipo de museos y por las noches terminaba en el Studio 54. Una noche llegué y estaba Grace Jones. Me quería morir, bailé con ella toda la noche”, relata sobre los 80 de Nueva York, donde la cocaína era moneda corriente. “El tripulante siempre está ahí arriba: duerme en los mejores hoteles, come en los mejores restaurantes, vive siempre en primera porque está totalmente en el aire y no tiene ningún problema. Y si tienen alguno, es simple, mañana se despiertan París y se les pasa” relata optimista sobre la vida de los azafatos. Pero los tripulantes también tienen sentimientos. Cuenta “A” sobre las conquistas en el mundo aeronáutico: “Un compañero invitó a volar a una chica que recién conocía, con el fin de sorprenderla: ella como pasajera y él como tripulante. Ambos pasaron la noche en el hotel que provee la aerolínea y volvieron. Así son nuestras citas”. “V” quiso una relación casual con un pasajero y le dio su teléfono. Se conocieron, no pasaron de la primera cita ya que el joven le resultó un poco extraño. “A mi no me terminó de gustar, entonces no me volví a encontrar. Pero finalmente el tipo terminó siendo un desquiciado. Me mandó miles de mensajes. Me dijo que iba a escribir a las oficinas denunciándome. Un horror, hacía poco tiempo que volaba y me asusté muchísimo.”

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“Una vez, estábamos en el Sofitel de París, donde se alojaba la tripulación de Aerolíneas, y lo veo a [el tenista, Guillermo] Vilas, que había caído por nosequé torneo, fui y lo saludé. De pronto se acerca un gringo, también tenista, que me empezó a charlar, a invitarme a cenar, y a invitarme a que me fuera con él a Estados Unidos después del torneo. El tipo era Steve Denton, un tenista muy importante. Decí que yo estaba comprometida, sino hoy sería millonaria.” recuerda nostálgica Lucía.