Conocimos a un jefe del Cártel de Sinaloa y a uno de sus traficantes de personas
Ilustración por Che Saitta-Zelterman

FYI.

This story is over 5 years old.

Tecnología

Conocimos a un jefe del Cártel de Sinaloa y a uno de sus traficantes de personas

Comanche y Juan son casi invisibles, lo que parece ser el punto.

Esto es parte de BORDER LINES, una serie de Motherboard sobre teléfonos celulares de prepago en la frontera de Estados Unidos y México. Lee acá.

Read in English

Comanche se apoya en el capó de un automóvil de dos puertas color gris, tiene un walkie-talkie en su mano. Sobre su hombro hay un receptor sintonizado con la radio del departamento de policía.

"Hay gente que se dedica nada más a los pollos, gente que se dedica a la droga", dice Comanche, al mismo tiempo que nos ofrece una cerveza.

Publicidad

"Y si se te pierde una mochila o algo así, te matan, dice Juan, un joven coyote y guía que trabaja para Comanche. Los que te matan, aclara, son los jefes del cartel.

Suena algo a la derecha. Un guardia asoma la cabeza desde el edificio de El Diario de Sonora, un medio local de Nogales, estado de Sonora, México. El guardia sonríe, saluda a Comanche y vuelve a entrar en el edificio. Comanche sonríe, baja el volumen del walkie-talkie y abre una cerveza.

Hay lugares más discretos que las afuera de un diario para reunirse con el jefe de plaza de un cartel de droga y uno de sus coyotes. El plan original era reunirse en un bar del centro de la ciudad.

Pero los planes cambian.

*

Es una oscura noche de febrero y un perro ladra a la distancia. La radio de Comanche cruje.

Viajamos a esta región para reunirnos con Comanche, un jefe de plaza del Cártel de Sinaloa, y para conocer a Daniel, uno de sus traficantes de personas, conocidos como polleros. Aceptaron reunirse con nosotros a través de un intermediario que utilizó WhatsApp, el sistema de mensajes encriptados.

La reunión fue parte de una investigación de Motherboard, que pretende entender cómo funciona el control remoto utilizado en el contrabando de personas, donde los polleros como Daniel cruzan "pollos", como se refieren a los migrantes, utilizando teléfonos celulares baratos y de prepago. Los agentes de la Patrulla Fronteriza llaman a esta técnica "control remoto". Es el nuevo método en la carrera tecnológica sin fin entre las autoridades y los carteles, quienes controlan el tráfico de personas y drogas en México. Los migrantes están atrapados en el medio.

Publicidad

Lo que descubrimos en esta investigación es que los teléfonos de prepago, que inundan la frontera, han hecho que cruzar sea más seguro para los migrantes y también que el negocio sea más eficiente para los traficantes. Como resultado, el tráfico de personas nunca ha sido más personal que ahora.

Son casi invisibles, lo que parece ser el punto.

Supimos que Daniel, un conversador pollero de veintitantos años, se dedicaba a guiar remotamente a los pollos a través de la frontera, utilizando ventajosamente las colinas y los departamentos del centro de Nogales, Sonora. Él estaba orgulloso de ser un traficante de personas y nos iba a mostrar cómo funciona el control remoto. Sin embargo, nunca lo llegamos a conocer. Daniel murió de un disparo, no muy lejos de la línea fronteriza, días antes de que llegáramos a la ciudad.

En su lugar, Comanche nos presentó a Juan. Como supimos, Juan tiene desconfianza de los teléfonos celulares de sus pollos porque cree que los agentes estadounidenses que resguardan la frontera pueden seguir sus movimientos. Esta paranoia sugiere que existe una evolución en las tácticas de la Patrulla Fronteriza, a la luz que estas y otras agencias con el mismo cometido estén utilizando herramientas como StingRays o Triggerfish, que recolectan datos telefónicos al simular antenas de celular en tiempo real.

Juan aceptó conversar sobre por qué él cree que las autoridades fronterizas están utilizando estas herramientas para monitorear pollos y coyotes como él. Juan y Comanche, quienes utilizan teléfonos inteligentes, también aceptaron explicarnos la naturaleza de esta eterna pelea del gato y el ratón que es el tráfico, y los esfuerzos para frustrarlo que ocurren a ambos lados de la frontera. Esta es la primera vez que ambos hablan con un medio de comunicación.

Publicidad

*

Lo que separa a un país del otro y lo que impulsa el negocio del tráfico de drogas y personas es una serie de bloques de hierro que miden entre 5 y 10 metros, a lo largo de ambos Nogales. En el desierto no existe ningún muro, solo cercas de alambre de un metro de alto.

Es en este lugar donde entran en juego personas como Comanche y Juan.

Comanche es jefe de una de las células de tráfico del cártel de Sinaloa en ambos Nogales. Él es un jefe de plaza, está a cargo de algunas operaciones de tráfico en ciertas partes de la ciudad. Él no es un jefe, pero sabemos que Comanche supervisa ciertas partes de la plaza de Nogales. Tiene 47 años.

También está Juan, cuyo nombre hemos cambiado para proteger su identidad, y quien lleva un año cruzando pollos. Juan prende un cigarro, abre una cerveza y escupe al suelo. Juan tiene 25 años.

La primera vez que nos reunimos con Comanche y Juan fue un McDonald's cercano al centro de Nogales, Sonora. Ellos no se ven como el estereotipo del narcotraficante, no manejan BMWs, andan en el aporreado automóvil de Comanche.

Son casi invisibles, lo que parece ser el punto.

Comanche mide cerca de un metro sesenta y tiene el aspecto de un antiguo boxeador. Tiene panza y unos dedos gruesos y desgastados que hacen que te acerques más a él cada vez que te da la mano. Su pelo, corto y negro, se ha vuelto cano en los costados y en el bigote. Tiene una frente amplia y unos ojos café que abre cada vez que enfatiza algo. Viste un chaleco sucio y roto sobre una remera naranja y sus blue jeans están rajados en el talón de sus zapatillas Puma. Cada cierto tiempo escupe al suelo y su risa es increíblemente rasposa.

Publicidad

En otras palabras, Comanche no es el típico jefe de cartel. No se presenta como uno, pero no es difícil fijarse en ciertas cosas.

Comanche habla de "mi gente".

Dice cosas como "tengo a la gente en un viaje". Un viaje a Estados Unidos.

O "siempre van a haber pinche pollos".

Y también "¿La gente?, es un pinche billete".

Da la impresión de que Comanche ha estado dentro del negocio lo suficiente como para tener cierta jerarquía dentro del cartel. Sin embargo, no está claro cómo se involucró en el crimen organizado o incluso si está afiliado al cártel de Sinaloa. Dice que lleva 13 años viviendo en Nogales.

productor en el terreno, Luis, un reportero que ha seguido los pasos de los carteles mexicanos durante años. Luis conoció a Comanche al año pasado y por aquel entonces Comanche decía que trabajaba en un unidad de investigación especial de la Policía Judicial. Comanche también dice que es el dueño de un bar clandestino en Nogales, que abre a las tres de la mañana, ("¿Les gustaría venir?") y que recientemente ha estado trabajando para El Diario. La credencial de prensa que nos muestra expiró en el año 2005.

Juan se ve como un niño al lado de Comanche. Mide un metro setenta y es más distante que su superior. Tiene un pequeño bigote, el pelo corto y viste blue jeans, zapatillas Puma y un polerón naranja. El jockey de baseball color negro está sobre sus cejas. Cada cierto tiempo, se toca los frenillos que cubren sus dientes superiores. Tiene unos ojos tristes color café que miran a la distancia cuando no está hablando, lo que sucede con frecuencia.

Publicidad

Ilustración por Che Saitta-Zelterman

Juan cruza entre 15 y 20 personas cada semana, nos dice. Comenzó a cruzar migrantes por medio de un amigo con el que ya no habla y quien no le dio muchos consejos sobre este tipo de trabajo. Muchas veces, dice Juan, se encuentra con sus jefes en la calles. Ellos le dicen "Vamos".

Juan y sus pollos cruzan en un lugar lejano, "apartado" de Ambos Nogales. No dice exactamente donde, pero parece ser un lugar lo suficientemente lejos para que no haya muro, sólo una cerca de un metro de alto, que funciona como una barrera contra automóviles y sobre la que cruza tres o cuatro personas a la vez. No utiliza mapas o GPS, recuerda el camino de memoria.

"Me lo aprendí muy bien", dice.

Es fácil caminar en la oscuridad. Muchos viajes a través de la frontera ocurren bajo el manto de la oscuridad, sobretodo en los meses de calor, cuando las temperaturas pueden llegar a los 37 grados celsius durante el día. De noche todo se ve igual.

"Yo sigo un instinto", dice.

En el mejor de los casos es una caminata de tres días a través del desierto para llegar a un lugar previamente acordado en el lado norteamericano, dice Juan. Ahí es donde otro pollero en la cadena de contrabando de personas llega en un automóvil al que los migrantes se suben y parten con rumbo desconocido.

Todo está extremadamente coordinado.

"Calculan el tiempo", dice Comanche. "'Llegan a tales horas en tal día' y ya está".

Tres días después, Juan hace el mismo camino de vuelta. Esta vez está sólo. Duerme en los cerros y se esconde en las quebradas. Si se pierde o se accidenta solo se tiene a sí mismo. No puede llamar al 911 porque Juan no cruza con teléfonos celulares.

Publicidad

Los pollos pagan entre 3,500 y 4,000 dólares por cruzar la frontera, dice Juan. Él no cruza drogas, explica, solo personas, pero los contrabandistas pueden ganar 1,800 dólares por cruzar narcóticos a Estados Unidos. Juan es el último eslabón de la cadena de contrabando que posee el Cartel de Sinaloa, que comienza con los reclutas que mueven a los pollos entre distintas casas de seguridad y luego los llevan cerca de la línea, donde está Juan. Él dice que recibe 1,400 dólares por cada persona que cruza.

"La misma gente tiene miedo también. Desconfían de los teléfonos"

Los migrantes que Juan cruza no llevan teléfonos celulares durante el viaje, nos dice. Él y sus jefes apagan y reúnen los teléfonos celulares desechables de los migrantes por miedo a la simuladores de antenas que posee la red de espionaje de la migra. Cuando la alta tecnología vence a la baja tecnología, mejor no usar tecnología

"La misma gente tiene miedo también", dice Juan, "desconfían de los teléfonos".

Ademas, dice Comanche, los jefes en la línea no quieren arriesgarse a que un "Pollo infiltrado" use un teléfono para delatarlos. Entonces cuando Juan se reúne con sus pollos, los teléfonos celulares han sido apagados y confiscados.

Hay una ruta, sin embargo, por la que se puede cruzar con teléfonos, de acuerdo a Juan y Comanche. Esa ruta es "a través de la línea", es decir, caminando a pie a través del paso fronterizo con una identificación falsa provista por un pollero. En ambos casos, los migrantes van solos y alguien los espera en el McDonalds del lado estadounidense, dicen Comanche y Juan. Cruzar a través del paso fronterizo cuesta 5,500 dólares.

Publicidad

Los jefes en el punto de cruce no confían en los teléfonos, dice Juan. Ni siquiera en WhatsApp para comunicarse de forma segura. Es una confesión curiosa porque nos hemos comunicado con Comanche, y por extensión con Juan, exclusivamente a través de WhatsApp.

Ilustración por Che Saitta-Zelterman

La desconfianza hacia los teléfonos celulares de la que Juan y Comanche hablan no significa necesariamente que todos los migrantes, traficantes de personas y jefes de plaza estén paranoicos o no utilicen teléfonos celulares. Muchas personas a ambos lados de la frontera nos dijeron lo contrario.

Tiene sentido que ciertos polleros y coyotes estén preocupados por la posibilidad de que las autoridades monitoreen la actividad de los teléfonos celulares, sobre todo cuando la red de seguridad de la migra amenaza a guías como Juan, que cruzan migrantes por la frontera y hacia Estados Unidos. Lo que nos cuentan Juan y Comanche sobre confiscar teléfonos celulares no está lejos de lo que hemos escuchado sobre teléfonos de migrantes que algunas veces son apagados y temporalmente confiscados por los polleros y coyotes, quienes devuelven los teléfonos celulares a sus clientes una vez que el cruce ha sido completado.

Pero, ¿las autoridades están monitoreando los teléfonos celulares de los migrantes y los guías de bajo nivel? Probablemente no.

Agencias locales, estatales y federales utilizan las controversiales tecnologías de interferencia conocidas como StingRays o TriggerFish, que emulan torres de teléfonos celulares y engañan a los teléfonos para que entreguen datos. Pero estas tecnologías, como descubrimos, sólo son utilizadas en investigaciones criminales importantes, no para localizar a un grupo de pollos que está siendo guiado por un coyote. Además, los Stingrays y TriggerFish sólo funcionan cuando el teléfono está prendido.

Publicidad

En otras palabras, Juan y sus superiores en la línea tienen pocas razones para desconfiar que los teléfonos celulares vayan a entregar su localización. De lo que deberían estar preocupados es del antiguo "corte de camino", que es cuando las autoridades evalúan y siguen las huellas de zapatos, las rocas hacia arriba, las ramas dobladas y otras pequeñas alteraciones del ambiente, lo que les permite agarrar a los que cruzan y procesar a sus guías. La paranoia no es algo extraño en el ámbito del tráfico de personas, pero sí lo es tenerle miedo a la tecnología en las tierras fronterizas.

Lo que tampoco es extraño es el miedo real que tiene Juan de todas las incertidumbres que acechan en la línea. En el año 2013, uno de los más violentos de los que se tiene memoria, 168 cuerpos fueron rescatados en el desierto de Arizona, según la oficina médica forense del condado. A medida que cruzan la frontera, los guías de bajo nivel como Juan y personas como Chino, un migrante mexicano indocumentado de 33 años que actualmente vive en Nueva York y habló con nosotros sobre cómo cruzó cuatro veces la frontera, enfrentan la amenaza de heridas, deshidratación, rapto, extorsión, violación, asesinato o de simplemente "desaparecer".

Juan está especialmente preocupado por los bajadores, una banda de ladrones que asaltan a los contrabandistas, los "bajan". Digamos que eres un coyote como Juan y estás en el desierto, a docenas de kilómetros de la civilización, y un bajador te asalta, te roba el dinero y a las personas que estás cruzando. Adivina, ¿quién tiene que pagarle a los jefes? Esto si el bajador no te mató luego de robarse tus pollos.

Publicidad

"Si un bajador no te quiere dejar ahí, te mata", dice Comanche. "Ven lana, aunque sean personas, es lana". Dinero.

Comanche ve que algo está pasando fuera del McDonalds y tuerce el cuello para ver mejor. Se relaja por un segundo y toma un sorbo de su coca-cola. Su teléfono emite un sonido.

*

La frontera se ve desde Pancho Villa, una cantina en el centro de Nogales, Sonora. Es una noche entre semana y las calles están desiertas. Nos reunimos con Comanche y Juan alrededor de las 10 de la noche. Pedimos una ronda de cervezas. Ellos piden Tecate, nosotros Indio.

Conversamos un poco y ellos admiten que no están cómodos. El hotel que está junto al bar es un lugar conocido por albergar pollos mientras esperan a los polleros, según Comanche. El cártel está por todos lados, dice, y no hay forma de saber quién te está escuchando. También está preocupado por un levantón. Un rapto.

Es hora de moverse.

Gif por Che Saitta-Zelterman

Terminamos las cervezas, salimos de Pancho Villa y acordamos reunirnos lejos de la ciudad, quizás en un estacionamiento o en nuestro hotel. Comenzamos a manejar en esa dirección. El aporreado auto de Comanche nos guía y nosotros lo seguimos en el automóvil alquilado de Luis. Un auto nos sigue muy de cerca. ¿Nos están acorralando?

El teléfono de Luis suena. Es un mensaje de Comanche en WhatsApp. El hotel no es buena idea, dice Comanche, muy riesgoso. Reunámonos en El Diario.

Manejamos en silencio. ¿Nos están llevando a una trampa? Probablemente no, pero, ¿qué pasa si alguien más en el cartel, alguien que está más arriba de Comanche, se entera de que estamos hablando con él y Juan? Y, ¿Comanche tiene un arma? Luis sospecha que si.

Publicidad

Y, ¿qué pasa si aparece la policía? En México eso no es una buena señal si no eres parte de un cartel. Comanche dice que existe un acuerdo entre la policía de Nogales y el cártel de Sinaloa, si aparecen solo tienes que decir la contraseña. No hay problema.

"Tengo que buscar la manera de hacer otra cosa"

La policía no aparece cuando paramos fuera de El Diario. Juan está meando un árbol mientras Comanche nos explica cómo el tráfico de personas en ambos Nogales ya no es lo que solía ser.

"Que ha bajado, si, ha bajado", dice Comanche. Antes se veía a la gente caminando en la línea. "Veías y "Ay güey, un chingo de pollos" y [eso] ya no se ve".

"Tiene miedo la gente", dice Juan. Él también tiene miedo. Es buen dinero. Lo suficiente para mantener a sus hijos, pero es muy arriesgado "Tengo que buscar la manera de hacer otra cosa", dice.

Hasta que llegue ese momento, sobrevivirá cruzando pollos.

"Son personas que tienen necesidades como uno", dice Juan. Son personas humildes. Él nunca dejaría a alguien en el camino."Me sentiría feo si lo hago". Cuenta que una vez cargó a una mujer mayor que se había lastimado una pierna.

"Casi la mayoría son de aquí, de México", dice Juan. "Somos la misma gente".

Reporte adicional por Camilo Salas y Luis Chaparro.