Cómo es la vida después del suicidio de mi hijo

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Cómo es la vida después del suicidio de mi hijo

El problema de John era no aceptaba ayuda y no creía necesitarla.
A
por Angie

Texto por Milly McMahon.

Cuando John tenía 14 meses de edad, le diagnosticaron enfermedad hepática. Su condición fue estable por un tiempo pero tuvo una recaída fuerte a los 11 años de edad, estuvo internado en el hospital y lo llenaron de esteroides. Después de eso, nunca volvió a ser el mismo. Los esteroides lo hicieron crecer muy rápido y lo odió. No le gustaba su cuerpo y empezó a dejar de comer.

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Con los años se volvió más terco y rebelde. Cuando iba en preparatoria, era muy bueno en los deportes. Participó en un triatlón Ironman, le gustaba saltar en paracaídas, hacer circuito de entrenamiento y correr largas distancias. Creo que encontró consuelo en el ejercicio y los deportes extremos.

Era uno de los chicos más populares de la escuela, era muy guapo y siempre tenía novias. Si te metías con John, estabas en problemas. Su enfermedad era una carga muy pesada. Él insistía en hacer lo que se le daba la gana. No le gustaba seguir las reglas.

Empezó a experimentar con drogas, en especial con la cannabis. Todos sus amigos lo hacían en ese entonces. No debía tomar por su enfermedad pero lo hacía de todos modos. Su forma de escapar era ir a raves. Siempre quiso entrar a la Marina y metió su solicitud cuando dejó la escuela. Pero como no estaba sano, su solicitud fue rechazada.

John no aceptaba su depresión. No quería hablar con nadie pero no creo que haya sido porque se consideraba un fracaso. Creo que los rechazos de la vida, las drogas que consumía y la enfermedad hepática eran una pésima combinación. No puedes obligar a la gente a que hable o pida ayuda. Ese era el problema de John, no aceptaba ayuda y no creía necesitarla.


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Su comportamiento se tornó más oscuro y destructivo. A veces iba a ver a su hermana a la universidad y luego desaparecía y llegaba a casa a las 4AM. Otras veces se subía al auto y se iba a Londres. Le pregunté por qué sus fotos eran tan sombrías y dijo que esa era su forma de ver la vida.

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Estaba enojado todo el tiempo y me reclamaba por haberlo tenido. Siempre me gritaba y me insultaba. También rompía cosas de la casa. "¿Qué te pasa? ¿Qué chingados haces?", gritaba. Hasta que un día tuve que llamar a la policía. Ya no sabía qué hacer.

Todos trataron de ayudar. Tenía 20 años la primera vez que lo internaron en un hospital siquiátrico. Los doctores nunca supieron qué tenía, pensaban que podía ser bipolaridad y Asperger. Decayó tanto que específico en su expediente médico que no quería "resucitación cardiovascular". Contactó a Dignitas y pidió que toda la familia fuera a Suiza para poder morir por eutanasia. Cuando decía ese tipo de cosas, no le preocupaba hacerme sentir mal. Le dije: "Si tienes hijos, vas a entender por qué no puedo hacerlo". Pero estaba decidido, no era por mí, era por él.

La última vez que lo arrestaron en la casa, dos policías tuvieron que utilizar un taser para calmarlo. Estaba fuera de control y tuvo que salir de la casa con un bate de béisbol para tratar de defenderse. Cuando el caso llegó al tribunal, el doctor escribió una carta al juez para aclarar que tenía problemas de salud mental y deberían tomar eso en cuenta para su juicio. Como John no se presentó al tribunal ese día, fue declarado culpable y estuvo en la cárcel durante seis semanas. Inmediatamente después de su evaluación en prisión, lo trasladaron en una ambulancia a la unidad siquiátrica.

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Durante los últimos años, todo lo que hacíamos era pelear. Pero yo lo único que quería era abrazarlo.

Cuando veía el mundo a través de los ojos de John, me enfocaba en tratar de que no se hiciera daño. Pero él no nos tenía mucho respeto. Me dolía porque me sentía rechazada como madre. Al final, tuve que hablarle en la misma forma que el me hablaba porque era el único lenguaje que entendía. Durante los últimos años, todo lo que hacíamos era pelear. Pero yo lo único que quería era abrazarlo. Estaba orgullosa de tenerlo como hijo pero a él eso no le interesaba.

Cuando lo dieron de alta, el equipo de salud mental le ofreció un departamento para que tuviera un poco más de independencia. No sabía si aceptar o no pero lo necesitaba porque tenía inyecciones programadas para su hígado. Le preparé cordero ese día antes de irme a trabajar. Se quedó frente a la computadora toda la mañana, en silencio. Fui a ver qué hacía y estaba investigando cómo morir. Le supliqué que se olvidara de eso y le quité la computadora. No le di un beso de despedida. Traté de abrazarlo pero él andaba en otro mundo.

No pude ayudar a John pero creo que algún día, quizá pueda ayudar a alguien más.

Al día siguiente, antes de ir a trabajar, le dije a mi pareja Andy, "Tengo un muy mal presentimiento, ¿podrías ir a ver cómo está John?". Andy fue al departamento y escuchó que el radio estaba prendido pero nadie contestaba. Como tenía un juego extra de llaves, entró a ver qué pasaba. John estaba en su recámara. Andy se acercó para revisar su pulso pero estaba frío. Murió por sobredosis de pastillas. Tenía 26 años de edad. Eso fue hace dos años.

Nunca debimos llegar a ese punto. No nos damos cuenta de lo vulnerable que son los chicos a esa edad. Necesitaba a alguien que estuviera con él todo el tiempo. El servicio de salud no me ofreció ningún tipo de apoyo. Después del suicidio, no volví a ver a la coordinadora de salud mental, no tuvo la decencia de irme a visitar. Asistió al funeral y después de eso nunca volvimos a estar en contacto.

John no dejó ninguna nota. Por fin ya está en paz y eso me da cierto alivio. Todavía me siento culpable. No pude ayudar a John pero creo que algún día, quizá pueda ayudar a alguien más. Le diría a esa persona que así es la naturaleza humana: hay días en los que estás deprimido y hay días en los que estás muy feliz pero la mayoría del tiempo estás normal. Hay que olvidar el pasado y no pensar mucho en el futuro porque nadie sabe qué va a pasar. No tiene caso preocuparse. Vive el presente y trata de disfrutarlo. Es lo que tratábamos de decirle a John. Ahora siento paz por él. Tengo que.

No importa qué estés viviendo, es posible evitar el suicidio. La UAM ofrece asistencia telefónica gratuita las 24 horas del día. Llama al 5804-64 44.

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