Tecnología

Me da igual que la tecnología me espíe, de hecho incluso me gusta

Antes no le importaba a nadie, ahora al menos le importo a Netflix o a Google.
Tecnología espía
Montaje por el autor

Estos últimos años la gente parece estar escandalizándose en demasía a causa de que se haya descubierto que se la está espiando, ya sea a través de móviles, relojes, televisores o incluso de sus putos coches Mercedes-Benz. Aparatos del mal que espían a las personas para robar información variopinta y vendérsela a grandes empresas que la utilizarán para generarnos necesidades y vendernos productos de mierda para apaciguarlas. En fin, exactamente lo que hace todo el mundo las noches del fin de semana cuando las fuertes ganas de follar nos empujan a fiestas, conciertos, bares o discotecas para seducir a alguien con todas nuestras fuerzas y bajeza moral. “He visto en Instagram que le gustan los Kinks; bien, me voy a comprar una camiseta de los Kinks para tener más posibilidades de follar”. Classic.

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Este mundo Gran Hermano que parece el argumento de un juego de rol distópico no es precisamente una nueva realidad. Esta intimidad que tanto parecemos valorar ya hace SIGLOS que existe condicionada por la publicidad, la música, las ficciones y el sistema de estrellas y famosos de la tele/internet/lo-que-sea. Todo lo que comemos, lo que bebemos, lo que queremos pesar, lo que nos hace felices o tristes ya orbita alrededor de todas estas necesidades implantadas dentro de nosotros por un marketing ultraagresivo. Fumamos y nos sentimos más independientes. Llevamos un vestido Fila y nos sentimos más *ehem* “urbanos”. Todos somos exactamente iguales, con las mismas aspiraciones banales (sexo, dinero, reconocimiento), no creamos que nuestra intimidad, nuestra personalidad, tiene un valor. En fin, ya me entendéis. No digo que sea la situación ideal, pero es la situación, y no es nueva. Lo de que nos espíen de forma menos sutil es solo un detalle, incluso una BROMA.

Hay cámaras por todas partes de la ciudad y estamos ansiosos por ser grabados. Por el bien de la seguridad exigimos más policías en las calles y más cámaras en los vagones del metro. Nos encanta mostrarnos y, por lo tanto, ser observados, ser espiados. En esta sociedad en la que todo gira alrededor del individuo (un individuo reproducido en masa, curiosamente) molestarse porque un móvil nos escucha resulta una indignación un tanto hipócrita. La última vez que me paseé por internet —hace cuatro meses y medio— la gente estaba OBSESIONADA por ser objeto de observación, el “yo” ocupaba todos y cada uno de los rincones de internet y el objetivo máximo era aparecer en las enormes pantallas del puto Times Square o, como mínimo, en la Puerta del Sol. Hemos llegado a un punto en el que incluso regalamos toda esta información a cambio de un poco de ego momentáneo. ¿Intimidad? Somos nosotros mismos los que nos espiamos, los que lo mostramos todo en redes, desde dónde hemos comido (y qué pensamos de esta comida) o qué pensamos de la última de Tarantino hasta con quién estamos follando últimamente o en qué momento del año salimos a correr más por las mañanas. ¿Acaso no estamos luchando todo el rato para ser vistos, megusteados y followeados?

Volviendo a los aparatos, ¿acaso queda algún aparato que no nos espíe? Ya no podemos hacer nada, así es como funcionan las cosas, como una especie de simbiosis perfecta entre nuestro ego y las necesidades de un mercado completamente desatado. Todo ya nos está espiando todo el rato: coches, teles, neveras, aplicaciones. Es que incluso me ofendería que existiera algo que no me estuviera monitorizando. En esta vida solitaria de trabajo y muerte quiero ser fruto de los deseos de marketing de una gran empresa, al menos eso me hace sentir importante. Yo, un mierda de Barcelona, siendo espiado y tenido en cuenta por una multinacional que podría destruir un país del tercer mundo con sus activos, parecerle interesante a esta peña. Joder, es que si me espían es que soy interesante. Gente con poder pendiente de mi mierda, pendiente de la hora a la que me caliento la pizza, de la cantidad de centímetros de papel de váter que utilizo después de cagar o de los likes que le he dado a unos artículos sobre “vivir en pueblos abandonados de España”. Antes no le importaba a nadie, ahora al menos le importo a Netflix, a J'Hayber o a Google y Facebook y a toda esa pandilla de Silicon Valley. Ellos ahora son mis colegas, porque mis “amigos de verdad” de carne y hueso compiten conmigo en redes para ver quién tiene más comentarios y debate en sus posts sobre “lo del Amazonas” o en sus fotos de su viaje a China. Vaya cretinos, prefiero mis nuevos amigos, esas empresas que están pendientes de mí y me preguntan “¿cómo te sientes hoy?”, joder, hacía años que nadie me lo preguntaba. Pues ellos lo hacen, y ellos son peña potente, peña importante. Espiadme, amigos.