"El amor es el antónimo del miedo": Negri, de Tungas y Seguimos Perdiendo

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"El amor es el antónimo del miedo": Negri, de Tungas y Seguimos Perdiendo

“Todos mis días se basan en el miedo”. Jamás ha probado una terapia. Lo haría por morbo.

"Puedes ser mudo o sordo, pero no dejar de ver…" Negri cree que todo, menos la música, entra por los ojos. También está seguro de que la oscuridad total puede desencadenar la locura. Es medio día en la terraza del Salón Corona. Cerveza, taco de salpicón, quesadilla dorada y al pastor. Las tripas exigen compañía.

A Luis le apodaron Negri por su color de piel. Su padre, arquitecto medio estricto que nunca ejerció, le hablaba sobre colores, esculturas y diseño. "¡No te acerques a los barandales!", lo condenaba sobre lo que es seguro y lo que no. Así delineó su pavor ante las alturas. Por su familia materna aprendió a tocar el bajo y luego la guitarra. En las comidas siempre se armaba el palomazo. Quería punk rock, pelos parados y agresivos. Comenzó a tocar con una banda. Durante los ensayos en un kínder, sus compañeros lo encerraban y apagaban la luz. Lo molestaban pues tenía 15 y todavía dormía con la luz encendida.

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La oscuridad también lo aterrorizaba. Debajo de las sábanas se sentía protegido. "Órale, cabrón", se decía y apagaba la luz. A las tres de la madrugada se levantaba y la prendía. A veces llegaba hasta las cinco, esperaba a que amaneciera y entonces dormía.

Por "chaparrito, flaquito y medio anchito" el entrenador de natación recomendó inscribirlo en salto. Era una hora de gimnasio y una de alberca. Todos, más avanzados, salían y se aventaban. Negri la pasaba escondido. Subir las escaleras era un infierno. Tampoco quería que lo regañaran así que saltaba del trampolín más pequeño. Arriba, prefería aventarse antes que voltear y volver a bajar.

En un tianguis, un viejo de barba canosa, pelón y con playera negra, le vendió el disco de Sendero a la cirrosis de la banda Seguimos Perdiendo. Le gustó por la sencillez de sus letras y el dolor que transmitía. Con algunos amigos había creado una nueva banda:Tungas. Años después se confirmó como guitarrista de Seguimos Perdiendo.

Los fines tocaban y entre semana estudiaba arquitectura. Le gustaba el interiorismo. No era malo dibujando pero lo regañaban: "Una línea debe ser un solo trazo". Él la hacía interrumpida.

Como en la música, entre arquitectos, también definía su sello y estilo.  En su primer trabajo se enfrentó a los andamios. Todos, sin amarrarse, subían, brincaban y bajaban. Al detenerse sobre las tablas, Negri comenzaba a sudar, a temblar.

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Moverse era un ritual. Debía acomodarse. Bajar primero el pie, poco a poco, luego otro. Con los ojos fijos en las manos, en los pies. Lo que un albañil hacía en diez segundo a él le tomaba media hora. "Más que a la altura, son esas estructuras no estables", continúa recordando sobre la terraza del Salón Corona. Cerca se encuentra un balcón. Prefiere no acercarse, menos asomarse. Aunque no teme a los temblores vive en una casa por Tepeyac.

Puede subir pisos y usar el elevador, pero cuando se trata de una mega torre no se acerca a las ventanas ni ve el paisaje, menos el helipuerto. Prefiere darle su suelo a alguien más antes de asomarse o acercase al pretil de la azotea. "No es algo que suela pensar", confiesa mientras recuerda de qué se tratan sus miedos. En Six Flags puede subirse al Batman pero no al otro, el que te sube rápido hasta lo más alto y te deja caer. Sobre una escalera de cristal tampoco se puede sostener aunque sepa que ni el peso de un elefante la puede romper.

"¿Cómo lo voy a superar?", se preguntaba ante la presión de sus compañeros que le pedían que no hiciera estupideces frente a los clientes. "No puedo", los encaraba, "aunque me insulten y se burlen, no lo voy a hacer, va más allá". El tiempo tampoco le ayudaba a solucionar nada y por las noches, sin luz, seguía sin poder descansar.

"Antes de morir me quiero gastar todo mi dinero", le dijo una clienta de 80 años saltando ágilmente por las escaleras que hacen los albañiles como si se hubiera tomado un Red Bull y una perla negra. "Comenzaremos por impermeabilizar, ¡súbase, arqui!"

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Ni modo. Negri, con pánico y muy lento, subía. Con la camisa humedecida se sentía torpe pues durante sus rutinas de ejercicio jamás suda. Pero sabía que su profesión lo exigía y ganar dinero lo convencía.

Siempre que puede lo evita. Aunque prefiere no contarlo, sus albañiles lo saben. De no haber clientes a la vista, ellos suben, revisan, toman las medidas y le entregan fotografías.
Durante una gira con Tungas por Yucatán, en un cenote, todos comenzaron a saltar. Hasta se aventaron de mortal. Negri acababa de enamorarse de una chica que lo sentenció: "Hay que saltar". Era el único que faltaba y no quería, prefería estar tirado bebiendo una cerveza en una esquina. Saltó por quedar bien por el "¿qué dirán?". Aunque se lo pida su mujer no lo volvería a hacer.

"Siempre hay situaciones para trabajar con los miedos", continúa, "eso no quiere decir que los estés superando ni evitando". De no haberse aventado, ella pudo haber pensado que era un mamón y no sería hoy la madre de sus dos hijas.

Sus ojos de arquitecto le aseguran que los escenarios son estructuras de estabilidad inexistente. Ha tenido que subir casi de rodillas. Improvisar escaleras pues la mayoría no tiene barandal.  Han sido pocos los que lo notan.

Otros le dicen: "¡muévete! ¡Es punk rock! ¡Brinca!", pero Negri no puede, piensa en la estabilidad. Con cada paso que da siente que las tablas se mueven. Prefiere mantenerse inerte. Tocando. Sin brincar. Mover un poco la cabeza, como robot, ver hacia la gente, luego se concentra en sus manos.

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"Todos mis días se basan en el miedo". Jamás ha probado una terapia. Lo haría por morbo. Aunque le digan mediocre, cree que los miedos no se olvidan, ni un Alzheimer los puede borrar. Los define como un sentimiento que le repele de otras cosas, algo como una némesis. "No es de cobardes, es algo que traes en la sangre, que no lo puedes controlar".

Desde que se casó duerme con la luz apagada. Lo hace para que sus hijas descansen. La mayor también le teme a la oscuridad. Si le cierra la puerta se pone a llorar. Sabe que no la puede forzar pues recuerda cuando se lo hacían y entraba en terror total.

Cuando se queda solo en casa y baja a cenar sube rápido, corriendo y sin voltear. No ha superado su miedo a las alturas ni a la oscuridad. Los enfrenta por necesidad, con casos especiales y específicos. Pero el amor lo ha convencido de que se puede luchar. "Ese sería el antónimo del miedo", concluye Negri mientras bebe el último sorbo de una cerveza, "el amor".

Este texto es una colaboración entre VICE y Samsung. Lee más sobre miedos y cómo superarlos  aquí.