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La violencia no va a ayudar a los taxistas en huelga

'En general, los actos que rompen la convivencia y faltan al respeto a los demás no suelen, en principio, ser bien vistos por la ciudadanía'.
guardia civil taxistas
Taxistas forcejeando con la Guardia Civil en las protestas del 21 de enero de 2019. Fotografía por Albert Gea vía Reuters

El pasado fin de semana, un grupo de taxistas agredieron a un conductor de VTC durante la concentración en Barcelona. Según cuentan en distintos medios, los manifestantes golpearon el coche que conducía por Vía Laietana, le rompieron los cristales, le destrozaron el retrovisor y el vehículo acabó con varias abolladuras, lo que provocó en el piloto una crisis de ansiedad que fue retransmitida por medios televisivos en directo. Imágenes sensacionalistas perfectas para abrir telediarios y portadas.

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En la misma línea, un periodista de El País recibió un golpe en la nariz por uno de los asistentes a la asamblea, que intentaba impedir que se grabara una discusión entre dos taxistas. El chico acabó con la nariz ensangrentada.

Aunque el portavoz de Élite Taxi condenó la agresión y hubiera un llamamiento al colectivo para no repetir episodios violentos, existen grupos radicales que aseguran que llegarán hasta donde haga falta para que se les escuche. Sin ir más lejos, el taxista apodado Peseto Loco, que fue condenado en 2016 por disparar contra un coche de Cabify, sigue proclamando “vamos a morir matando”.


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Las generalizaciones no son buenas, pero estos episodios de violencia tampoco lo son para el colectivo. Según nos cuenta Rubén Díez García, coordinador del equipo de investigación dedicado a movimientos sociales de la Federación Española de Sociología, los movimientos sociales tienen que conseguir generar una buena presencia entre los públicos por lo que hay que conectar con la gente a través de los distintos medios.

“En las sociedades contemporáneas, los movimientos sociales tienden en su mayoría a la utilización de métodos pacíficos y no violentos. Sin embargo, los movimientos sociales son muy plurales y heterogéneos, y suelen implicar a diversidad de actores, lo cual en ocasiones hace difícil que las organizaciones o colectivos convocantes de una movilización puedan controlar a la totalidad de colectivos y grupos implicados”, asegura Díez.

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Pone como ejemplo el movimiento de los indignados, el feminismo o el independentismo en Cataluña. Normalmente encontramos reivindicaciones mediante formas pacíficas, pero en esta diversidad pueden tener cabida grupos o colectivos que estén dispuestos a lo que sea para lograr sus propósitos.

“Los medios de comunicación suelen prestar mucha atención a este tipo de sucesos", explica. "Un ejemplo paradigmático en España fueron las manifestaciones estudiantiles de los años 80 contra las reformas educativas. La imagen que se vio en los medios de comunicación de entonces fue la del Cojo Manteca rompiendo un cartel de metro con unas muletas. Sin embargo, fue un movimiento pacífico en sus formas y que conectó con amplios sectores del estudiantado”, nos dice Díez.

Para conocer las actitudes que se pueden desarrollar en este tipo de acciones explica que hay que conocer muy bien los grupos implicados. “El nivel de indignación y de cabreo de las personas también les puede llevar a desarrollar acciones violentas, pero esto no lo explica per se”, argumenta, “ya que son numerosos los movimientos sociales impulsados por fuertes sentimientos de indignación o de injusticia que no desarrollan estas formas. Otro de los factores que explicaría el uso de la violencia en las manifestaciones podrían ser las decisiones estratégicas para mover sus demandas, o determinadas culturas activistas.

“En general, los actos que rompen la convivencia y faltan al respeto a los demás no suelen, en principio, ser bien vistos por la ciudadanía”, nos dice. “También es verdad que las culturas y las tradiciones de protesta son distintas en cada país y habría una multiplicidad de causas y cuestiones que explicarían el comportamiento de la gente dentro de una movilización”.

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En otros países como en Francia, el uso de la violencia en manifestaciones es algo que históricamente se ha aceptado. Las recientes movilizaciones de los chalecos amarillos han puesto en evidencia cómo a través de la revolución callejera los medios de todo el mundo se han hecho eco de su causa e incluso han ganado la batalla de la opinión. El 73 por ciento de los franceses les apoya pese a los alborotos causados y las agresiones a las fuerzas de seguridad, según el instituto de opinión Elabe.

En España, en cambio, el rechazo a la violencia en las manifestaciones tiene una explicación. “La gente en España no tiende a defender las formas de acción violentas en este tipo de actos porque hay que tener en cuenta que el terrorismo de ETA despertó a mediados de los 90 las manifestaciones más multitudinarias en contra de la utilización de medios violentos para la consecución de tus fines políticos”, explica Díez. Estas movilizaciones han podido marcar de alguna forma a la población española y su rechazo al uso de la violencia, entre otros factores que tendrían que ver con la expansión de la cultura cívica en nuestro país.

Tengan razón o no en lo que pidan, la violencia no es ningún medio justificado por el fin. Al menos en España, y según los valores de la mayoría de los españoles, lo único que hace es manchar el colectivo y deslegitimar su protesta. Lo que puede ser una lucha contra la injusticia en el momento que se agrede a una persona se convierte según el marco sociocultural de la mayoría de la población en un acto de rechazo.

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