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'Safari' nos inyecta una fuerte dosis de intensidad y crueldad animal

Este polémico cineasta nos lleva de Safari y nos pone ante la mirilla de lo cruel y provocador del mundo de la caza

Imágenes-animales habitando el espacio soberanamente. Durmiendo, caminando, comiendo, corriendo: viviendo. Es algo suntuoso. Es una emoción profunda. Es excitación transitando a lo largo de la carne y la piel que la recubre como efecto de lo que se posa ante la mirada. Ante la mirilla de una escopeta se posa la imagen desenfadada de la vida, que ejerce en el ojo del cazador una sensación muy cercana a la fascinación, íntima al deseo, despertando en el cuerpo, en la mano, en el dedo que sujeta el gatillo la obsesión, y el respeto, de la vida y la muerte. Una forma de poseer un cuerpo no humano, sino animal.

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Posicionamiento directo de la cámara ante el fenómeno. La máquina de caza entraña todo tipo de devenires animales y humanos. Ulrich Seidl atrapa el fenómeno vivo, mezcla de ambigüedad y excitación; la textura del mundo se posa inmediatamente ante la lente polivalente, atrapando sensaciones indomables, emociones indisciplinadas que operan directamente en el sistema nervioso del espectador.

"Creo que no tiene ningún interés hacer una película sobre un tema del cuál ya tienes una opinión formada de antemano. Para mí, hacer una película es un proceso de exploración de una materia."

Safari (2016), el más reciente documental de Seidl, capta de manera cruda y cruel la tensión de una realidad excesiva sin medida común con la normalidad y la cotidianidad. Ante el encuentro humano-animal, surge la ansiedad y el tedio, la angustia y el éxtasis propios de un ritual erótico, donde el poder de la muerte desencadena potencias y fuerzas inusuales. Seidl penetra los sentidos, provocando una visión desorientadora de un hecho, de un juicio que se desvanece conforme adentramos en las entrañas de la selva en África, despertando instintos visuales desconocidos. Una coagulación de intensidades que exponen la dualidad de la existencia: la humanidad y la animalidad, la vida y la muerte.

Por medio de un rodaje en bloques, somos presas de imágenes profundamente sugerentes que activan áreas de la sensación dormidas, muertas o inactivas. Así vemos, por un lado entrevistas y testimonios de varios turistas-cazadores, entre ellos un matrimonio, una familia y una pareja de amigos que relatan cuáles animales se pueden cazar y los sentimientos que se detonan en el instante culminante de la caza, cuando apuntan a su presa, jalan el gatillo y dan muerte al animal; por otro, el proceso intensivo de la caza, donde al final del "ritual" posan ante la cámara mostrando el trofeo obtenido en la contienda; finalmente, las visiones y vivencias de los guías, donde vemos a éstos arrancar la piel, descuartizar a las presas en el matadero, y comer las partes del animal muerto. El montaje sirve a Seidl para explorar los misteriosos modos en que una imagen se combina, se mezcla y se transforma, creando una teatralidad donde opera lo ficcional de la realidad.

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Con cámara al hombro, Seidl registra la máxima aproximación a la intimidad de los cazadores, su relación con los animales; cercanía sin cortes que atrapa la continuidad de la expedición y la exploración del proceso de caza. Registro que documenta la transformación violenta de los instintos en deseo; metamorfosis que rehace la imagen humana en planos que revelan situaciones extremas en donde el espectador se cuestiona: ¿qué es lo que hay que ver en la imagen?

"Siempre que hago una película descubro cosas. Cada nueva película es una aventura. Conoces a nuevas personas, nuevos entornos …"

Las afecciones del ser humano son un recurrente en los filmes de este cineasta donde convergen el amor, el deseo y la fe. Temas que conmueven y afectan, reflejan el lado irónico y absurdo de la vida. Seidl exalta la controversia y el debate, exigiendo al espectador pensar y sentir por cuenta propia. Safari no es un diálogo, no tiene un mensaje, es más bien un perverso juego de imágenes donde el espectador reacciona y explora a su gusto, a su plena conciencia, asociaciones nuevas que cuestionan el mundo.

Cinismo interpretativo que no se conforma con una contemplación pasiva de imágenes imborrables, Safari exige desprenderse de todo prejuicio. Entre lo divino y lo sagrado emerge el efecto de la perdida desmesurada, lo que experimenta el cazador es un tipo de éxtasis comparable a la ebriedad de la muerte; exploración colmada de pasión que nos permite penetrar en un mundo lejano al nuestro.

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Obsesión por la vida, un ligero shock convertido en frenesí. Lo desconocido se presenta en Safari tal cual es, aún cuando preferimos verlo de reojo, pretendiendo no percibirlo. Entre lo ceremonial y lo ritual, Safari nos introduce en la exploración de lo extremo, pervirtiendo la mirada y el pensamiento hacia umbrales extraordinarios, donde toda perspectiva estética-política pierde su connotación habitual, adentrándonos en los oscuros terrenos de lo impensado y lo inimaginado.

Aquí el tráiler:

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