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Cultură

El mayor (ex) traficante de heroína del mundo

Hoy, a sus 39 años, esta prácticamente sin blanca (nunca mejor dicho) y vive con su madre. Pero, ¿qué demonios sucedió?

A los 21 años de edad, Suleyman Ergun era el más poderoso y prolífico traficante de caballo de todo el planeta. Conocido tanto por la policía como en el mundillo yonqui por el sobrenombre de El Turco de North London, durante cinco años Ergun y su banda inundaron Inglaterra y Europa con su heroína.

Como recompensa por sus desvelos, Ergun, que empezó trabajando en una fábrica, obtuvo dinero, mansiones y un caché sin límites en los bajos fondos. Multimillonario en la cima de su poder, su bebida favorita era el champán: una botella con ocho gramos de coca diluidos. Hoy, a sus 39 años, esta prácticamente sin blanca (nunca mejor dicho) y vive con su madre. Pero, ¿qué demonios sucedió?

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Vice: Cuéntanos algún buen recuerdo que tengas de tus días de traficante.

Suleyman Ergun: No hay sensación que se pueda comparar a la de tener cien kilos de heroína en el maletero del coche. Estar cerca, olerla… Conducir a casi 200 por hora por algún lugar de Francia pensando, "Sé lo que llevo en el coche". La policía parando al lado. Una pistola debajo de mi asiento. No lo habría pensado dos veces si hubiese tenido que usarla. Por eso me hice traficante. No fue por el dinero, ni por el poder. Fue por las emociones fuertes.

¿Cómo empezaste en el mundo del hampa?

A los quince años trabajaba de mensajero en una empresa de confección del North London, ganando 70 libras semanales. A los 17 empecé a vender cocaína, hierba y éxtasis. Pasé a ganar 1000 libras a la semana. Entonces hice de mula; pasé dos kilos de coca directamente desde Colombia, que vendí en los clubs. Eso y pastillas. Una vez un tipo intentó robarme en los lavabos del Camden Palace. Le pegué un tiro en una pierna.

¿Cómo pasa alguien de vender coca en un lavabo de Camden a ser el rey de la heroína en toda Europa?

Yo, mi entonces cuñado Yilmaz Kaya y un babas [padrino] a quien llamaban Vulcan formamos la Conexión Turca, una red de contrabando de heroína afgana que entrábamos en Europa pasando por Turquía. Hasta principios de los 90 los turcos la entraban en pequeñas cantidades: llegaba un inmigrante con un pequeño cargamento, unos diez kilos; lo vendía, con el dinero compraba una tienda en Green Lane y ya no volvía a traficar. Nosotros fuimos los primeros en traerla en cargamentos de 100 kilos y venderla barata.

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¿Así de simple?

No. Estoy hablando sólo del suministro. En lo referente a la demanda, sorteamos a los gángsters habituales y familias del crimen de Londres. Le dijimos que no a la familia Adams cuando nos propusieron que les sirviéramos directamente a ellos. En vez de eso le enviamos la carga a un distribuidor de Liverpool. La vendió toda.

¿Cuál era exactamente tu trabajo?

Estar constantemente encima del envío. Podía llegar a Francia, por ejemplo, camuflado en un autocar de bailarinas folklóricas turcas. Mi responsabilidad era estar allí para coordinar la entrega a los gabachos.

El paso siguiente era conducir hasta Liverpool con bolsas negras de basura llenas de dinero: 140.000 libras una semana, 100.000 más la siguiente, 68.000 la siguiente, 150.000 la siguiente, y así. Con todo el dinero dentro del país me encargaba de contarlo, hacer paquetes, meterlo en cajas de cereales y enviarlo a Turquía, empleando como correo a un antiguo coronel del ejército turco camuflado de coleccionista de porcelana china.

Al cabo de un tiempo empezamos a utilizar el mismo sistema por toda Europa. España, Italia, Holanda y Alemania. Establecimos relaciones con las organizaciones de todos esos países. Llegamos a un punto en que pudimos permitirnos comprar nuestro propio buque petrolero.

¿Cómo se torció la cosa?

Un tío que trabajaba para nosotros tenía un asuntillo amoroso con una mujer que le pasaba información a la policía. Le metieron en el trullo. La agencia de aduanas nos mantuvo bajo vigilancia un año entero hasta que, bingo. Para julio del 93 todo el tinglado se había hundido.

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¿A cuánto ascendió tu condena?

Catorce años y nueve meses. 123 años para la banda en total.

¿Te enseñó eso alguna lección?

Y un cojón. A los dos días de estar en prisión ya estaba moviendo heroína y coca a cambio de llamadas telefónicas, comida y tabaco. En septiembre de 1995 probé el jaco por primera vez, por aburrimiento. Fue una sensación cálida y maravillosa, como cuando alguien te arropa con una manta eléctrica. Pero lo mejor de todo, y esa es la razón de que haya tanta heroína en las cárceles, es que hace que el tiempo pase más rápido. Veinte horas puesto de heroína te parecen dos. Me concedieron la libertad diez años más tarde y ni me había dado cuenta del tiempo transcurrido.

¿Cómo te las arreglabas para conseguír heroína en prisión?

Antes de que me arrestaran tenía enterrados 5 kilos de heroína pura turca, una Uzi y cuatro escopetas en el cementerio de St. Pancras, en North London. Cada semana llamaba a una chica y mencionaba la palabra "brandy", refiriéndome con ella a la marrón, la heroína. Ella iba al cementerio, desenterraba el alijo, cogía un poco de material y se lo pasaba a una segunda chica cuyo novio estaba en la misma prisión que yo. Lo que ella hacía era meter el caballo en un condón y enrollarlo en un pedazo de nylon, dándole la forma de un consolador. Luego se lo introducía en la vagina. Durante las visitas se arrimaban, él le pasaba la mano por debajo de la falda y cogía el material, y después se lo guardaba dentro del culo. De vuelta en la celda nos lo repartíamos, 60 gramos para él y 60 para mí.

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¿Y los guardias nunca se enteraron de nada?

Tenía a la DST, los guardias de vigilancia intensiva, constantemente encima de mí. Incluso me confiscaban las pilas de mi radio. Pero nunca encontraron tema en mi celda, lo tenía bien escondido en un huerto. Vaciaba una cebolla, metía dentro la mercancía y la enterraba. Cuando el tallo se marchitaba, simplemente lo arrancaba y ponía uno fresco. Cogía tres gramos al día, vendía medio para las llamadas telefónicas y lo demás y el resto me lo fumaba. A veces me lo introducía en el culo envuelto en cinta adhesiva, de modo que no se cayera si tenía que ponerme en cuclillas durante un registro.

¿Y no olían el humo?

Mientras no causes problemas, rajes a nadie o te metas en peleas, los celadores, en general, hacen la vista gorda. Saben perfectamente que estás colocado porque tus pupilas son del tamaño de una cabeza de alfiler y tienes la piel en carne viva de tanto rascarte, pero las autoridades saben que si acaban con la heroína en la cárcel, tendrán a cambio síndromes de abstinencia, patadas en las puertas, asesinatos. Y eso sí que no pueden permitirlo.

¿Conociste algún celador corrupto?

Seis en total. Se acercaban a mí porque sabían que era rico. Nunca tocaba la comida de la prisión. Me traían ensaladas de Marks & Spencer. Hubo un celador que en cierta ocasión me trajo cien gramos de hierba, una bolsa de las de supermercado llena de tarjetas telefónicas y de tabaco, un televisor, un teléfono y dos botellas de brandy. Me traían de todo por 500 libras semanales más la factura por la comida. El celador me guiñaba un ojo y decía, "Tienes la caja debajo de la cama". Además, pagaba a otro recluso para que estuviera al loro de que nadie me robara.

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Imagino que cuando saliste de la cárcel dejaste las drogas…

No. Fue a peor. Descubrí el crack. El mundo había cambiado mucho. Veía a la gente por la calle hablando sola, con el manos libres, y me parecía que estaban mal de la chaveta.

¿Cómo es el crack?

Cojonudo. Me puso por las nubes. En los cuatro años siguientes gasté en crack todos mis ahorros, alrededor de medio millón de libras.

¿Cuál fue tu punto más bajo?

Un colega me robó una roca que tenía encima de la mesa. Le arrastré hasta la cocina, puse su mano encima de una tabla y le corté el meñique con un cuchillo. Después cogí el dedo, lo tiré al retrete y tiré de la cadena.

Hay quien diría que pasar de traficante de drogas a adicto es un acto de justicia poética.

Ojo por ojo, ¿eh? Yo he creado miles de adictos. Mi pasado finalmente me pasó factura.

¿Cómo lograste dejar las drogas?

Fui dos veces a Turquía a seguir un tratamiento. Ingresé en una clínica de rehabilitación en la que empleaban la técnica de la cura de sueño para superar el síndrome de abstinencia. Costó 20.000 libras, que pagó mi familia. Recaí en cuanto volví a pisar las calles de Londres. Al final me enamoré. Eso es lo que me salvó. Así de simple.

Si tuvieses la oportunidad, ¿volverías a ser un barón de la heroína?

Ni en un puto millón de años. Y me han llegado a ofrecer un millón de libras en efectivo si empezaba el negocio otra vez. Pero no lo haré.

¿Por qué? ¿Tienes miedo?

A la mierda. A ver si aún vas a pillar.